En esta parte se mostrará como la filosofía providencialista a condicionado la existencia de caudillos (señores) y seguidores (siervos), relacionados por actitudes amiguista y como en la vida cotidiana del presente aun son vigentes estas prácticas. Pero con esto no queremos negar que en el presente, a diferencia de la edad media, existan diferentes mecanismos de alineación, que no sólo están sustentadas en lo religioso, sino se hacen evidentes, incluso, en lo teórico científico. Además existen otras filosofías que condicionan las actividades cotidianas, como es el momento de profundizar. Empezaremos con el tratamiento del caudillismo político, que es una práctica muy común en el movimiento estudiantil.
CAUDILLISMO POLITICO
Los caudillos suelen aparecer en el proceso de organización del movimiento estudiantil; específicamente, durante protestas o movilizaciones de coyuntura que son sus oportunidades para endiosarse. Aunque las más de las veces, crean por iniciativa propia, las condiciones para manifestar su omnipotencia y predicar su credo.
Son como los profetas que creen llevar la receta en su bolsillo, formando sectas cuyos discípulos se preparan para la defensa irracional de su dogma.
Estos caudillos, que son “la luz del camino”, cada vez que se sienten descubiertos de sus falsos propósitos, cada vez que se sienten desenmascarados, tratan de imponer su verdad a las buenas o a las malas y para ello mueven a sus súbditos.
Mandan o dirigen al grupo, creando medios para mantener la fidelidad de sus súbditos. Estos medios suelen ser favores (chupetas, dinero, becas, diversión, etc), creando relaciones de “reciprocidad” y fidelidad. Así se los gana. Estos favores suelen ser repentinos y anticipados. Son sus “tecnologías” para hacerse acreedores de la fidelidad del otro y mantener su protagonismo egocéntrico. El favor no es desinteresado, tiene fines concretos: hacerlos suyos, convertirlos en sus siervos o en sus vasallos, quieren utilizarlos para sus fines egocentristas y políticos (escalar y recibir beneficios en la distribución de la renta).
El señor o señorona – perdón- el caudillo (sin discriminación de género) se siente y se cree el llamado, el escogido por la Voluntad Divina, aunque no tengan conciencia de ello, para mandar y hacer en la tierra la voluntad de Dios. Su infalibilidad es sobrenatural y no permite que los demás lo superen, porque es el mesías, el que lleva su mensaje.
Además de su mentalidad y complejos psicológicos, lo que caracteriza a un caudillo son las relaciones que establece con los demás. Son relaciones simbióticas, es decir, relaciones en que el caudillo domina al otro y el otro se convierte en su vasallo. Tiende las redes de la dependencia personal, de la fidelidad, mediante favores o alianzas y así sentirse el señor.
Procura acaparar la dirección del movimiento por puro impulso individual, en función a sus intereses personales y su relación con los demás se basa en el vasallaje. No importa el tipo de personas con quien se relaciona, mientras sirva a su ego político de sentirse superior al resto y pueda recibir su “tajada”. Se siente el iluminado y cree que su poder es innato y divino.
Sus enemigos no son aquellos que se oponen al movimiento, sino aquellos que se oponen a la dirección del movimiento que el caudillo le ha impuesto desde su concepción fantástica, según el dictado de su imaginación. Mejor dicho, sus enemigos son los que se oponen a sus intereses personales.
Es un hombre afecto, porque siente que su subjetividad es lesionada cuando critican sus actitudes respecto al movimiento. No recibe las observaciones del grupo como desviaciones de su conducta respecto al movimiento, si no como ataques a su ego, a su ego mesiánico. Padece el complejo del individualismo, pues para él la dirección del movimiento parte de su iniciativa y voluntad divinas, de su cabeza fantástica. A los caudillos es aplicable este análisis que Engels hace a Weitling en su Historia de la Liga …: “Era el gran hombre que se creía perseguido por los envidiosos de su superioridad, el que veía en todas partes rivales, enemigos secretos y celadas; el profeta acosado de país en país, que guarda en el bolsillo la receta para hacer descender el cielo sobre la tierra y se imagina que todos quieren robársela”.
La causa de su depresión, no es que nadie reconozca la razón que lleva, si no el ataque que hacen a su protagonismo, sintiendo que es un ataque que hacen a su honra. Necesita ser reconocido; por ellos, busca súbditos. Quiere dominar hombres, apropiarse de ellos. Establece relaciones señoriales, la unión con otros se basa en la superioridad sobre otros y en la dependencia personal. Da protección y recibe fidelidad. Tiene un complejo neurótico, muchas veces, no percibe que la padece. Pero ese impulso egocéntrico es un producto social que refleja la presencia del ser social feudal. El caudillista solo busca que lo vean actuar, sentirse el Mesías, la luz del camino, el profeta, aunque ese actuar no sea más que la satisfacción necia de su complejo de protagonismo, de su goce por figurar. Y, siendo precisamente la acción práctica, la fuente de su reputación, siempre está buscando las oportunidades. Su acción es efímera, aventurerista; solo es un rato para llamar la atención de sus complejos subjetivos. Quiere hacerlo todo según el ánimo de su subjetividad.
Antes de terminar el análisis, es necesario prevenir al lector de no caer en una compresión meramente psicologista, tal como el presente análisis parece conducir.
De lo que se trata es reflejar la mentalidad presente en nuestro medio, que no es sino producto de una economía rentilista. El caudillo de universidad se siente Señor. Aunque carezca del monopolio de tierras, cree tener poder sobre los demás, y eso le hace sentir superior. El pequeño caudillo no vive de sus tierras (porque no las tiene en propiedad), pero sí de los beneficios que significa las alianzas, pactos o chantajes hechos con los grupos de poder. Lucha por recibir una tajada de la renta del feudo nacional. No es un ingenuo paladín de la justicia, sabe cómo sobrevivir bien: sacando provecho de la fuente de beneficios (amarres, argollas, ONG,...), alternando con un abigarrado conjunto de amiguismo y sectuchas. Precisamente su necesidad por ser caudillo le permite muchos beneficios que aparentemente son producto de su superioridad divina, pero que en realidad son producto de sus amarres, alianzas y los trabajitos de complot. Existen diversos tipos de caudillos(as) cada quién según sus propios intereses individuales; desde los que usan el discurso y la máscara del más consecuente, incendiario y radical revolucionario hasta los que hablan en nombre de los intereses del colectivo y luchan por extraer la raíz los males de la débil democracia.
Su fin es recibir su tajada y para ello necesita ser reconocido; lo demás vuestros inteligentes lectores lo deducirán. Así son los profetas, aquellos escogidos por la Divina Providencia.
“Dios perdónalos porque si saben lo que hacen (para recibir beneficios)”
EL AMIGUISMO
Otra práctica común en el entorno universitario, “mundo intelectual, consciente y consecuente”, es el amiguismo; no menos importante que el caudillismo y para nada desvinculado de él. Mientras el caudillo busca el reconocimiento de los demás mediante favores (quedando bien con todos) y la satisfacción de sus apetitos personales, el amiguista consolida las relaciones de servilismo. La relación que existe entre la actitud caudillista y la actitud amiguista es de una necesaria interdependencia. El caudillo utiliza el amiguismo para conseguir sus beneficios ya sean económicos, políticos o simplemente psicológicos.
Como se ha dicho arriba el caudillo necesita de seguidores, súbditos a quien dirigir, pues sin estos no tendría poder. La única manera de convocar, de acumular seguidores, es siendo el mejor amigo de todos. Aquel que discrepe, contradiga, o haga caso omiso de sus profecías, simplemente será expulsado de su entorno, considerado persona no grata.
El amiguismo es la unión entre personas, basada en relaciones afectuosas e irracionales, donde la subjetividad juega un papel primordial, el caudillo sabe muy bien esto y lo utiliza a su favor halagando y exaltando a sus fieles “compañeros”, elevándoles el ego a tal punto de hacerles creer que es cierto todo lo que dice. Pero nada es gratuito, pues una vez consolidada la amistad el “compañero” estará listo para asumir las mas difíciles y arriesgadas travesías políticas.
El amiguista se une a otros sólo por el horror de sentirse solo, aparte de los intereses individuales (el servicio mutuo). Sabe que los beneficios se consiguen en grupo, cuanto más sean los que asuman se sentirán más seguros.
El amiguismo también puede entenderse como el compadrazgo y el clientelaje en la cual media la fidelidad irracional (una falta significativa una deshonra) y el mutuo consuelo afectivo. Pero eso si para que exista compadrazgo primero se tiene que haber consolidado una clientela, es decir, un conjunto de súbditos dispuestos a defender al caudillo y a su honra, porque saben que eso les traerá cuantiosas retribuciones. Con la clientela conformada el caudillo estará en la capacidad de realizar alianzas con otros caudillos en un pacto de “caballeros”, así se da vida al compadrazgo.
El amiguismo, como subordinación política o afectiva, se convierte para muchos en una necesidad vital de andar con alguien, al no soportar su poco dominio subjetivo (inseguridad), pierde su autonomía y se vuelve gregario, ingresando en relaciones de “reciprocidad” entre aquellos que comparten su miedo de autodeterminación esperando las palabras orientadoras del que considera consciente o inconsciente, su señor.
Debido a la fuerte carga subjetiva (producto del medio social), a su incapacidad de soportar el orden de cosas, busca los medios para desfogar momentáneamente y sucesivamente sus impulsos subjetivos y consolidar su alienada amistad. Entonces jugarán un papel prioritario las chacotas con fuerte carga sexual; sentarán posiciones y asumirán su papel social entre copas de más; y generará todo tipo de desfogue para mediatizar su inseguridad.
El amiguista estrecha lazos de dependencia con el grupo, seguidor de su caudillo, pierde su capacidad de crear autónomamente, y se alinea al credo de la secta (códigos morales).
El gregarismo es una forma de refugio. Los integrantes del grupo no tienen como fin el desarrollo social, s no la preeminencia de la afectuosidad subjetiva. Solo quieren sentir que sus acciones individuales están resguardadas por un grupo de personas que confirman su apoyo y dan seguridad a su actuar.
Nadie observa a nade: “te hice un favor, no me critiques” es su máxima.
Y es que en el grupo amiguista se reproducen el ser de los favores, que se distribuye desde el “Padre” hasta el último de “los hijos” y viceversa.
El amiguista trata de desfogar la represión social mediante la entrega al grupo y al líder de dicho grupo. Se envuelve al grupo sin razón lógica.
Se pierde la autonomía y el dominio subjetivo de las emociones, y en última instancia, la esencia del hombre: su ser histórico (reconocerse como producto de las relaciones sociales y seres autores y actores de la historia).
Pierde la capacidad de ser consciente de su acción autónoma en la historia y de su potencia para dominarla. El amiguismo se manifiesta en la necesidad de descargar su poco dominio emocional, exteriorizándolo dentro y fuera del grupo, dejando la obra de la historia a manos de fuerzas extrañas ajenas al hombre (fuerzas exteriores).
El gregarismo conlleva a la formación de sectas, crea un nuevo credo, convirtiéndose en el código del grupo. La formación de estas “sectas” deriva en prácticas heterónomas o relaciones simbióticas de dependencia personal. El grupo le da sustento e identidad a su frágil subjetividad y al grupo le da sustento e identidad el caudillo, el señor. La defensa de su credo es irracional y dogmática, como irracional y dogmática es su sumisión al señor. Siente un falso amor al grupo, siendo en realidad una afectuosidad individual y egocéntrica, porque permanece en el grupo en tanto el grupo satisface sus necesidades emocionales o económicas sociales, pero nunca está en el grupo como una necesidad histórico social.
El amiguista subordinado también quiere ser reconocido, su falta de autonomía hace que se enlace con cualquier tipo de personas y así hacerse conocido, es decir, que sepan que existe y resaltar su frágil individualidad. Necesita ser alguien importante y diferenciarse, quien sabe, ser algún día gran señor son seguidores y súbditos a su alrededor, con una gran clientela de le dé poder temporal.
El caudillo amiguista como el amiguista seguidista, no actúan por el conocimiento de la necesidad histórica, es decir, partiendo del conocimiento de la leyes objetivas de la sociedad; pretende por el contrario satisfacer única y exclusivamente sus propias necesidades tanto económicas (rentabilidad), sociales (status quo), como psíquicas (tutela).
El amiguista es tan afecto que teme a las críticas. La falta o falla de un amigo la toma subjetivamente, sin mediar la comprensión; la toma como una falta a la esencia de su ser, a su honra afectuoso, individualista e irracional.
El gregarismo es dejarse llevar por el grupo y su líder, es evitar enfrentarse a la realidad y perderse en las afectuosidades subjetivas. El gregarismo, de los súbditos, es agazaparse en el grupo de modo irracional, que pretende dejar a las fuerzas superiores (al caudillo) la creación de la historia: es negar ideológicamente su papel histórico. Pero no por ello deja de hacer historia real, aunque de modo inconsciente y más de las veces de modo reaccionario. Debido a su mentalidad providencial inconsciente y a su heteronomía (conciencia dirigida por otro) se opone a la acción científica (ser en sí y para sí). En suma el gregarismo, caudillo-seguidista, consiste en la unión simbiótica (por dependencia personal), heterónoma (conciencia dirigida por el dominante), y por su ideología inhistórica (creencia en que la historia no es acción presente, negación de su potencia creadora). Providencialismo anarco-caudillista: “deja que pase el tiempo que las fuerzas externas harán historia”,”no produzcas, solo vive de lo ya existente”, “yo mismo soy”.